La terapia de juego

El juego es el « lenguaje » o modo natural de expresión de los niños y los juguetes son sus «palabras». Los niños expresan al jugar su mundo interior, al dejar fluir su imaginación, al pretender o al hacer de cuenta. No juegan sólo para divertirse sino también para manifestar sus experiencias inquietantes y/o perturbadoras. El terapeuta especializado en este tipo de terapia interviene tomando un rol de catalizador, facilitando la exteriorización de sentimientos contradictorios o problemáticos del niño para que él pueda acceptarlos y gestionarlos. El terapeuta entra en la metáfora del juego del niño, la cual contiene la realidad subjetiva del mismo.

La terapeuta tiene una mirada positiva incondicional, acompañada de una profunda empatía hacia el niño. En este marco de aceptación, representación y simbolización las dificultades emocionales, cognitivas y comportamentales se vuelven más tolerables y gestionables facilitando el desarrollo de nuevas herramientas adaptativas. Al desarrollar cognitivamente nuevas representaciones de su realidad y de sus relaciones con los otros, sus comportamientos cambian como consecuencia natural, lo cual le procura un sentimiento de autonomía.

La terapia de juego de arena

Este método de alto potencial diagnóstico y terapéutico, concebido por la psicóloga suiza Dora Kalff en los años 60, ofrece a la persona la posibilidad de depositar simbólicamente en la caja de arena sus vivencias, sentimientos y padecimientos. Sus fuentes de inspiración fueron el psiquiatra suizo, fundador de la psicología analítica Carl G. Jung y la pediatra, psicoanalista inglesa Margaret Löwenfeld.

El proceso no-verbal del juego de arena brinda un encuadre reasegurador y sin juicios de valor que facilita la creación y la proyección de la historia personal. Las manos, al manipular la arena y los figurines dicen lo que las palabras no llegan a comunicar. Por consiguiente, recursos personales pueden surgir facilitando el desarrollo y la recuperación personales.

 

El movimiento, el contacto con la arena, el agua y los figurines proporcionan la oportunidad vincularse con lo corporal y los sentidos, abriendo así la comunicación entre lo inconsciente y el nivel consciente.

La persona dispone de dos cajas de arena, una para la arena seca y otra para la arena húmeda. Las creaciones en la arena pueden surgir aún sin utilizar figurines. La terapia de juego de arena es apropiada para personas de todas las edades. Si alguien prefiere no utilizar la caja de arena como medio de expresión, la sesión puede desarrollarse verbalmente.

Parentalidad: la terapia de juego en el vínculo paterno/materno-filial

Llamada en inglés «Filial Therapy», esta modalidad fue concebida en los años 60 por Bernard y Louise Guerney. Es un programa centrado en la relación padres-hijos. La duración del programa depende de su estructura, es decir del número de participantes en el grupo de padres o de si se efectúa con una sola familia.

La terapeuta prepara a los padres para que puedan volverse agentes de cambio para su hijo. Al comienzo, los padres, o uno de ellos, participan en sesiones de formación para poder practicar la terapia de juego con su propio hijo. Luego, participan en sesiones de terapia de juego como observadores. Gradualmente, con la ayuda de la terapeuta, su rol va volviéndose más activo durante las sesiones. Una vez adquiridas las competencias básicas, comienzan a tener su «momento de juego especial» con el niño en su casa, mientras continúan conversando y supervisando sus experiencias con la terapeuta en consultorio.

Este programa es un importante complemento de la terapia de juego ofreciéndole al niño una congruencia entre el marco terapéutico y el ambiente familiar. Los padres, al conocer los conceptos básicos de la terapia de juego, pueden aumentar la durabilidad de los resultados terapéuticos.

Como en la terapia de juego, el niño aprende tanto a comprender y aceptar sus propias emociones como a expresarlas adecuadamente. Al reforzar la confianza en sí mismo, el niño se siente más seguro al resolver situaciones problemáticas y capaz de pedir ayuda cuando la necesita.

Del mismo modo, los padres se sienten más cómodos y seguros en su rol parental y en su vínculo con el niño. Es un programa de parentalidad positiva, a través del cual los padres enriquecen su vínculo paterno-filial, aprenden maneras de obtener la cooperación de parte del niño, a escucharlo, y a comunicarse mejor con él. La puesta de límites y la disciplina se basan en los mismos principios.

La efectividad de este programa ha sido comprobada tanto con padres que presentan dificultades típicas en la relación con sus hijos, como con padres de niños propensos a la ansiedad, a la depresión, al déficit de atención con o sin hiperactividad, a una enfermedad crónica o a conductas agresivas. Es asimismo adecuado para padres adoptivos y/o para aquellos cuyos niños padecen de trastornos del apego y/o algún tipo de trauma.